LA DOCENCIA

No todo docente es educador ni todo educador es docente. 


La docencia es sólo una de las tantas maneras de ser educador, pues es una vocación y no un oficio. Digo la palabra “vocación,” lejos de connotaciones que remitan a la noción de apostolado o martirio. Me refiero a que hay mucha gente que educa a través de otro tipo de espacios y prácticas, desde un director de cine hasta un padre de familia. 

El docente es también un educador cuando se identifica en él una fuerte necesidad de despertar la humanidad en otros individuos. Busca maneras de que su trabajo emita un mensaje que contribuya a la construcción de sociedades más justas y democráticas, de dar ángulos nuevos para ampliar la gama de referencias en el análisis, mientras promueve el pensamiento crítico. El docente educador es consciente de quién es, de quién es su audiencia y es sensible a los tiempos en los que vive. Eso le permite diseñar el mensaje para que sea efectivo y relevante, tanto para sus alumnos como para la época que les tocó vivir. Su meta no es sólo comunicar un conocimiento y desarrollar capacidades en otros; es también seguir adquiriendo más conocimiento y desarrollar más capacidades en él mismo. El docente educador es un apasionado autodidacta, un personaje motivado por el deseo perpetuo de aprender, tanto como el de enseñar.



La docencia es ciencia, pero también es arte. La dimensión científica se encuentra en los textos de métodos pedagógicos y en la comprobación de la efectividad de los experimentos que se hagan en el aula. El arte de este oficio es la capacidad que el docente tiene de leer intuitivamente a sus estudiantes y la realidad del mundo que les tocó vivir. Esta es la parte que hace cualquier contenido relevante y que establece una relación bilateral entre profesores y alumnos. La educación no puede limitarse a la unilateralidad de la transferencia de contenidos ni a la del desarrollo de ciertas capacidades cognitivas en el otro. Hay un eje, un norte que le da dirección a la escogencia de los contenidos, de los métodos, y las capacidades que se quieren desarrollar en los estudiantes . . . un fin último, muy superior al del saber por el saber. Esa meta, repito, es el deseo de contribuir en el desarrollo de individuos y sociedades más humanas. Es el desarrollo de la capacidad ética en los estudiantes, entendida como una dimensión esencial dentro de la práctica de su futura profesión, la que genera trascendencia. 

La mayoría de los docentes quieren enseñar de la manera que ellos mismos aprenden, aspirando también a que sus estudiantes se interesen únicamente en sus intereses. Todo docente debe ser también un comunicador, es decir, alguien que le de importancia a la audiencia en el diseño de la forma y la efectividad del mensaje. Para ello hay que conocer a los estudiantes, sus lógicas cognitivas, sus propuestas, sus preocupaciones y el mundo en el que ellos se mueven. Además de la precisión y el pensamiento crítico, deben desarrollarse capacidades como la empatía, la imaginación y la ética. Aprender esos elementos es una obligación esencial del educador, si su objetivo final es la de transformar y desarrollar el potencial de sus estudiantes. 

Si la misión es otra, la respuesta más sensata es reconocer la falta de vocación, dar un paso atrás y buscar otro camino. Adelante, aplaudimos su sabia decisión. 
Por favor . . . renuncie.

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